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23 de noviembre de 2011

7. El hombre que vivía en un carrito de churros


En el parque Ecuador, a metros de la estación del mini tren, un hombre de buen bigote vive dentro de un carrito de churros, mide un metro cuarenta y uno, usa sombrero de copa, esmoquin y un bastón de color negro, suele asistir a las óperas y a los conciertos de la sinfónica en el teatro frente a la plaza, almuerza en un restaurant alemán de esos en donde se come con cinco cucharas diferentes y los garzones tienen más educación que la mayoría de nosotros, va a clases de yoga en la Ymca en donde aprovecha de bañarse, ya que naturalmente en el carrito de churros no hay agua Caliente.
Todos los domingos sagradamente se sube al mini tren y da un par de vueltas al parque, disfruta la vida dando saltos mientras silba, le compra algodones de azúcar a los niños y regala poemas a las señoritas, se da una vuelta por la logia masónica para saludar a los cofrades y luego regresa a dormir al carrito de churros.
Mi psicóloga dice que me lo invento todo, que él solo existe en mi cabeza y que debería mirar menos televisión, sin embargo sería ridículo decir que la tele pudiese tener alguna influencia sobre mi, ya que las enfermeras solo nos tienen permitido verla dos horas al día como máximo. Entre tantas inyecciones, psiquiatras en práctica y horarios monásticos, si no fuera por ese tablero de monopoly que usamos para jugar con los muchachos, seguramente estaríamos todos locos.

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