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6 de enero de 2012

12. El Guerrero y el Demiurgo (Parte 1)


Cierto día atravesé mis costillas para salir a recorrer el mundo, una vez fuera pude observar como los horizontes anaranjados se fundían en la inmensidad de la noche, vi como en medio del suelo vacío las sombras de árboles secos se mecían de un lado a otro, pude ver como los pobres buitres sin ya nada para comer agonizaban de hambre y pena.. ya no tenían vida a la que acosar ni carne jugosa para satisfacer sus entrañas, ciertamente volar en círculos sobre el moribundo era para ellos parte de la ilusoria alegría del diario vivir, de aquellos buenos tiempos que ya no volverán..

Los buitres observaban con repugnancia a los hombres putrefactos, incomibles, aquellos que alguna vez fueron forjadores de una edad dorada hoy no podrían fabricar ni un solo ladrillo de barro, se pudrieron ahogados con corbatas costosas, cabellos de colores, abanos en la boca y asfalto, todos y cada uno de ellos creyendo escapar del mismo juego; hoy en día hasta los buitres enfermarían con tan solo probar sus carnes..

Vi a esos cuerpos sin vida matarse una y otra vez por artefactos viscerales, se envenenaban las tripas y los intestinos les sangraban, mas cuando conseguían detener las hemorragias se creían sanados, estaban enfermos y no eran conscientes.
Habían despolarizado la espiritualidad y olvidado su origen, tomaron al creador de la decadencia por dios y atrapados en la maravillosa ilusión del gozo y en la sobre excitación de los sentidos volvieron al barro una vez más, como los animales que siempre negaron ser.

Los vi caminando de rodillas con el barro hasta el pecho, los ojos sucios y las manos atadas a la espalda en un río de fango rojo, el abrumador calor los abrazaba y el cuero se les caía como quien arroja una polera sucia al suelo; sus músculos quedaban al aire.
No podría calcular cuantas horas ni cuanta distancia recorrí, el tiempo y el espacio se distorsionaban ante mí, y comencé a sentir la impotencia de no poder interactuar con los cadáveres, quería hablar con ellos pero no tenía boca, quería tomarlos del hombro pero no tenía manos para hacerlo, de alguna forma sentía compasión por ellos, al verlos en aquel estado en medio del fuego; me resistía a sucumbir en la indiferencia.

avancé una jornada y una noche contemplando todo tipo de calamidades, y de día mientras me desplazaba hacia unos verdes pastizales encontré a un muchacho de color azul oscuro que pastoreaba vacas en una colina, su piel era del color de las nubes cargadas de agua, y la flauta traversa que tocaba parecía cantar el lenguaje de la naturaleza, él me habló de antiguos dioses, de una creación distinta a la actual, de inmemoriales guerras que llegaban más allá del universo sensible; muchas de ellas perdidas, de Héroes y Avataras encarnados que sacrificaban la eternidad por la posibilidad de arrebatarle esta realidad a una bestia carcelera.

Aquel joven pastor afirmaba que todo cuanto yo observaba ahora era un mundo sin máscaras, una realidad sobrepuesta en donde nadie puede ocultar su identidad ni su esencia, en donde puedes encontrar a todas las entidades existentes en su desnudez máxima, pues aquí todos son lo que "realmente" son, mas éste es el lugar en donde se debieron librar las batallas del pasado y en donde sin duda se llevaría a cabo la última gran contienda, contra el ardid ilusorio del enemigo que seda a través de los sentidos.

Durante la madrugada siguiente, el joven pastor se dispuso a retomar su rumbo hacia las pléyades, pues su paso en estos recónditos parajes era solamente transitorio, antes de partir, sentados en el borde de un acantilado y contemplando la estrella de la mañana, me relataba con voz calmada y amena, que absolutamente nadie ocupa el sitio que no le corresponde, ni siquiera las entidades más sutiles, si aquellos cadáveres habían alcanzado tan decadente estado era porque a través de sus actos se hicieron merecedores de tal condición. -Nadie escapa de si mismo. Me dijo. -Y así como nadie escapa de si mismo.. tu ya has conocido la realidad inmaterial, tienes ahora el dharma de tomar parte contra las fuerzas elementales demoniacas. Lo admito, dudé, pero entonces el pastor consciente de mis pensamientos supo que no me podía conformar con la idea de matar, me dijo. -¿de verdad crees que puedes a matar?, dentro de uno no hay nada que pueda ser muerto, y si sientes compasión por esos cadáveres; ellos son solo materia, son cerebelos atados a un cuerpo, sin alma. Y me entregó una espada de fulgente fuego violeta, subió a un luminoso vimana dorado con sus vaquillas e inició su rumbo a las pléyades.
De la noche a la mañana sentí una total repulsión por todo aquello que me rodeaba, sentí asco por la creación misma y toda su falsa ensoñación, empuñé la espada de fuego que me fue dada por el pastor de vacas y avancé destruyendo todo a mi paso, todo sucumbía ante mi centelleante espada, hombres, niños, mujeres, no tuve piedad alguna al despedazarlos.


Continuará...

1 comentario:

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