
cuando la tormenta estaba casi muerta,
en la vorágine de mi mente en brazas,
y en la tuya trágicamente incierta.
¡Ebrio! crucé Concepción para orinarla,
romántico y genio etílico de la sutileza,
pudo haber sido donde Isabel o Carla,
pero oriné tu castillo mi dulce princesa.
Esta noche no maldecirás la lluvia sureña,
mi niñita pelirrubia de belleza floral,
no deberás limpiar con tus manos pequeñas,
mientras haya cebada y un buen temporal.
Arrastrando orina, lágrimas y cerveza,
por las alcantarillas de la sinrazón,
arrebatando sobriedad a mis proezas, y
miccionando las heridas de mi corazon.