
Hace algún tiempo, descubrí que cuando te preguntaba cuanto me querías, tus ojitos, esos universos de azul piedra, brillaban como galaxias haciendo explosión, y tus respuestas, esas proyecciones de cariño tan externas como efímeras ya no me interesaban, ya no necesitaba de ilusiones caprichosas para quererte ni de estímulos físicos para dimensionarte.
Entonces cierto día en medio de una lluvia de hojas amarillas repetí el ritual, aparté los dorados cabellos de tu frente, acaricié tu carita de muñeca y dejando allí mis manos esperé al silencio cómplice, te pregunté cuanto me querías... pero ya no era tu respuesta lo que esperaba, sino la inmensidad del vacío y la luminosidad de esa lluvia de estrellas detonando y consumiendo todas las inseguridades que alguna vez la ilusión me hizo padecer.