Esa noche con los muchachos nos reunimos temprano en el bar El Castillo de Concepción, ese antro de metaleros levantados de raja y góticos con caras de pasteros que queda cerca del barrio estación.
Era el cumpleaños número diecinueve de Leonidas, también conocido como Leonsida o cara de tortuga; por su pelada reluciente. Nos juntamos para celebrar como caballeros.
Estaba Oscar; el infante de marina que andaba de franco, Fernando el de las pastillas para no convertirse en hombre lobo, Mario el menor de edad ilegalmente infiltrado, Cesar el exitoso con las mujeres, Diego "voz de terminator" y yo, el hombre sin descripción.
Subimos al tercer piso en donde no cabía un solo alfiler, no quedaban sillas, aunque la verdad es que eso no nos importó demasiado, dejamos la docena de botellas de cerveza sobre la mesa y nos dispusimos a beber de pie, hablando de pudúes, peleas y otros temas menos trascendentales.
A medida que el alcohol entraba en nuestros cuerpos y sin darnos cuenta, nos fuimos mimetizando con el ambiente y transmutando en seres más sociables, a partir de ese momento en mis recuerdos hay escenas cortadas, recuerdo estar abrazado con Leonidas y otros tres metaleros cantando una canción que se reproducía en la pantalla del plasma, se suponía que ellos venían con una docena de metaleros que celebraban un cumpleaños al igual que nosotros, brindábamos y compartíamos pensamientos intolerantes que teníamos en común. Miré hacia el lado y vi a Cesar en lo suyo con una gótica pelirroja con cara de ratón, a Fernando; el hombre de los ataques psicóticos en un rincón observando el panorama y a Oscar junto a Mario brindando con unos trasher.
Pasó un minuto y mientras compartíamos con unos perfectos desconocidos, de quienes lo único que recuerdo es que eran de Osorno, se escuchó estrepitosamente la voz de Oscar:
-¡Sueltame la pierna maricón!- Giramos nuestras cabezas y vimos a Oscar de pie frente a tres trasher, lo siguiente me pareció transcurrir en cámara lenta.

Todo eso transcurrió en unos sesenta segundos, de pronto subieron los guardias y arrojaron a Fernando por las escaleras, dieron unos lumazos a unos góticos que no tenían nada que ver y golpearon con bastones eléctricos a todo lo que se movía. Así fue como una treintena de personas fuimos expulsadas del antro. Estando afuera vi como salían metaleros con el hocico roto, trasher`s cojeando y mis amigos algo desorientados, de pronto nos dimos cuenta que Cesar aún no salía, y pensando que lo podían estar empalando ahí dentro fuimos a patear la puerta metálica, hasta que salió muy campante con la gótica pelirroja del brazo.
Al ver al retén móvil que se acercaba desde la Plaza España, decidimos movernos rápidamente, próxima parada; Cerro Caracol, en donde tratamos de recordar sin éxito el motivo de la trifulca.